Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero continuar la reflexión sobre la oración como algo intrínseco al hombre. Es verdad que Dios parece fuerte en el horizonte de muchos, pero al mismo tiempo se ve un despertar del sentido religioso que no ha desaparecido por más que tantos lo vaticinaran. Es que el hombre a pesar de haber herido la semejanza con Dios por el pecado, conserva el deseo de aquel que lo llama a la existencia. Todas las religiones testimonian es búsqueda fundamental, por eso no hay ninguna gran civilización que no haya sido religiosa. El hombre ha sido creado por Dios y para Dios. Tiene su imagen impresa en su ser y por eso anhela la luz que le permite responder al sentido profundo de la existencia, una respuesta que no está en las ciencias empíricas. Así la oración es expresión del deseo que el hombre tiene de Dios. No una mera fórmula, sino una actitud honesta delante de Dios. Radicada en los más profundo de cada uno, es el lugar de la gratuidad, de la atención hacia lo inefable. Es un desafío, pues en ella el hombre toma conciencia de sí mismo y de su situación ante Dios. Se pone de rodillas, incluso físicamente, pero no a la fuerza como el esclavo, sino espontáneamente reconociéndose débil y pecador, y dirige su mirada hacia el Misterio con Esperanza. Es a la vez un don, pues es ante Dios que se revela y la respuesta del hombre se convierte en relación íntima con él.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española (...). Os invito a que entrando en el silencio de vuestro interior aprendáis a reconocer la voz que os llama y os conduce a lo más íntimo de vuestro ser, para abriros a Dios, que es amor infinito.