Publicado originalmente en: Instituto de Arquitectura Sacra. Volumen 15 – Primavera 2009
Autor: Steen Heidemann
Traducción: Pablo Álvarez Funes
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Nací en Dinamarca en la década de 1950, alcancé la mayoría de edad en la sociedad de los 60, embebido en los clichés del ateísmo liberal que me dejaron un gran vacío espiritual. Vacío que no se rellenó hasta que me convertí al Catolicismo varios años después en la Catedral de Westminster en Londres. Con formación artística y habiéndome involucrado bastante en una gran exposición sobre los Jesuitas y el Barroco, me di cuenta de la importancia de la imagen sacra en la proclamación de la fe, tan vital hoy, considerando sobre todo la ausencia de investigación intelectual y lectura entre los jóvenes.
Comparando el siglo XVII con nuestros días, he notado que ahora nos enfrentamos a un arte denominado Católico que la mayoría de las veces declara lo que Cristo no es, antes que lo que Él es. Es una forma de arte (si se puede llamar arte) donde lo trágico, lo absurdo y la negación de Cristo verdadero se convierte en una trinidad propia y perversa. Y ha creado su propia “pseudorreligión”, en la cual el “artista” ateo y humanitario se ha elevado a la categoría de sacerdote dogmático.
Como respuesta a la reciente crisis de vocaciones, y con el apoyo de varios sacerdotes, he empezado a usar mis conocimientos artísticos para escribir un libro, que se publicará en varios lenguajes, titulado “El Sacerdote Católico: La imagen de Cristo a través de veinte siglos de Arte”. Alrededor de 550 obras de arte de todas las épocas desde los días de las Catacumbas, este libro intenta explicar el sacerdocio a través de imágenes con la esperanza de atraer vocaciones para su más importante y hermoso ministerio. No es necesario decir que surgió un dilema en cuanto a la elección de qué obras de arte podrían representar nuestros tiempos.
Estudio para la Sexta Estación de la Vía Dolorosa. James Langley, Estados Unidos.
Para entender por qué el arte Católico de los últimos cincuenta años ha sido un monumental fracaso, no sólo es necesario entender cómo ha evolucionado la sociedad, sino además cómo estos cambios se han visto reflejados en lo que se denomina “arte contemporáneo”. A ese respecto recientemente se han publicado dos libros: Christine Sourgin, “Los Espejismos del Arte Contemporáneo” (La Table ronde, París 2005); y Aude de Kerros, “El Arte escondido” (Enrolles, París 2007). Este último nos proporciona una buena descripción de cómo ha surgido y se ha desarrollado el arte contemporáneo:
El movimiento dominante hoy día es el arte conceptual, que se autodenomina “contemporáneo”. No es una forma de arte en el sentido tradicional del término, sino más bien una ideología basada en lo que el propio artista considera arte, que luego es confirmado y aprobado por una élite. Esto ha sido bautizado como “arte contemporáneo”, fruto de la arbitrariedad, y no pretende tener un carácter esencial y verdadero. Sin embargo esta infinita diversidad excluye un elemento específico: el arte. El arte contemporáneo está fuertemente cimentado en varias claves prohibidas: el uso de las manos para moldear y transformar materiales con resultados formales positivos; la articulación de forma y significado en una unidad orgánica; la belleza y su manifestación misteriosa: el “aura”, la gloria de la sensibilidad. Muchos todavía creen que son continuidad de las “vanguardias” del arte moderno y no han percibido la realidad de la situación.
Ordenación. Nelson Carlin, Estados Unidos.
En Francia, pero también en otros lugares, el arte contemporáneo se ha convertido en la única y aceptable forma oficial de expresión. Ocurre tanto en el ámbito secular como en el Católico. Este “arte” forma parte de un mecanismo comercial donde las opiniones a menudo mal documentadas y políticamente correctas de la burocracia gubernamental determinan la asignación de fondos para la adquisición de obras de arte valoradas por intelectuales y críticos de moda, ignorantes nuevos ricos inversores de arte y punteras galerías de arte globales, generalmente Anglosajonas. Es un sistema totalitario donde el arte se ha convertido en una mercancía financiera con la que especular. Ha nacido el concepto de arte que no sirve sino a sí mismo. No hay transmisión de conocimiento, ni reconocimiento del pasado, y ciertamente no hay nada que pueda aprender el estudiante de arte, pues se percibe el riesgo de que el aprendizaje pueda “desnaturalizar” su talento espontáneo.
El arte contemporáneo es un vacío cultural, pero quien se atreva a hablar – como la niña del cuento del nuevo traje del emperador que se dio cuenta que el monarca estaba desnudo- será ignorado o tratado como un ignorante. Es una cesta de dinero que poco tiene que ver con el arte y no tiene nada que ver con la transmisión del mensaje de Cristo. El arte contemporáneo no ofrece referencias a la belleza, la verdad o la bondad; y por tanto no puede tener idea de una estética moral. No puede tener lugar en la Iglesia, no sólo por razones estéticas, sino porque fue concebido con la intención de servir únicamente al ego caído. De hecho, al igual que con los ángeles corruptos, el lema del arte contemporáneo podría ser fácilmente “non serviam”. Esta tensión ya era palpable en el siglo XIX, cuando algunos de los artistas más cualificados, especialmente en Francia, volcaron su talento fuera del arte sacro. Lo secular tomó el control y no ha parado desde entonces. El Impresionismo no sólo dio paso a un estilo pictórico sino también a una filosofía de vida.
Incluso dentro de la Iglesia, en un momento en que está necesitada de artistas capaces de transmitir claramente el mensaje de Cristo, es apreciable una marcada falta de filosofía y teología del arte. Sin que una gran mayoría se de cuenta, dos mil años de arte Cristiano han sido apartados silenciosamente, pero con firmeza. Se trata de una apostasía silenciosa que Christine Sourgins describe en términos de pseudorreligión:
Sacerdote, profeta, artista de arte contemporáneo, el es también rey. Pero su reino es el de las pasiones, que herencia distante, pero directa de la Era de la Ilustración. Para el arte contemporáneo las pasiones son espirituales. Las transgresiones que nos permiten ir más allá de nuestras percepciones ordinarias es para el arte contemporáneo verdadera trascendencia. Como conclusión, nos enfrentamos con una religiosidad invertida, que sigue pensando en términos religiosos.
Para la mayoría del arte contemporáneo no hay Resurrección ni sitio donde hallar al Redentor. El arte contemporáneo resulta ser una castración mental, o quizá, citando a George Orwell en 1984, “el estado mental predominante debe ser la locura controlada”. Y últimamente el arte contemporáneo encabeza un ataque contra la Fe Cristiana, que es la base de nuestra sociedad y su cultura.
Los actuales principios anti-estéticos y la nueva ortodoxia de provocativa iconoclasia en los círculos artísticos no sólo han traído a los museos y galerías de moda blasfemias contra el mensaje de vedad y belleza de Cristo como los crucifijos de Andrés Serrano en un recipiente con orina o las burlas hacia la Misa Católica del austriaco Hermann Nitsch (por citar sólo dos ejemplos); también han creado un ambiente donde la ausencia de forma y expresión de distorsiones espirituales han ganado respeto. Es como si la belleza y la verdad hubieran sido sustituidas por la fealdad y la perversión como medio para representar lo sacro. Se supone que el arte contemporáneo debe ser “contextual”. Es el contexto el que generalmente corona a la “obra de arte”, y su revolucionaria trasgresión se convierte en sagrada o significativa. Un inodoro expuesto en una galería de moda londinense se convierte inmediatamente en obra de arte, mientras que en unos servicios públicos sigue siendo lo que es. Los artistas denominados “reales” en el mundo del arte contemporáneo pueden expresarse espiritualmente, pero sólo si demuestran dudas acerca de la religión, especialmente la Cristiana. De ahí que la ambigüedad y la ironía sean bienvenidas. Los iconos New Age de Alex Greyconstituyen una respuesta “ideal”. La mutilación hace algunos años de la Piedad de Miguel Ángel probablemente muestra el emblema de un mundo empeñado en destruir la verdad, la bondad y la belleza y suplantar a Cristo con un programa basado en la cultura de la muerte espiritual. Resulta interesante apuntar que “La última Cena” y la “Crucifixión” de Salvador Dalí sean las dos únicas obras pictóricas del siglo XX que hayan alcanzado fama universal. Todavía pueden adquirirse reproducciones en cualquier tienda del mundo. Ninguna obra pictórica contemporánea de naturaleza Cristiana ha alcanzado, ni siquiera por aproximación, tal estatus.
La Noche Oscura de San Juan de la Cruz. Philippe Leujene, Francia
Un buen artista Cristiano, especialmente aquel que se exprese de forma figurativa, es para los medios de comunicación un artista muerto, objeto de piedad en el mejor de los casos y apto para ser colocado en un museo como mero folclore. Dos años antes de su muerte, Andy Warhol creó una obra titulada “¡Arrepiéntete y no peques más!”. Se plantea la cuestión de cómo expresar artísticamente el mensaje de Cristo de forma que los fieles puedan comprenderlo. Hay artistas que tienen el coraje de sobresalir y crear obras de arte donde el mensaje de Cristo está clara y atractivamente representados sin la necesidad de un suplemento por escrito. Su trabajo es lo que Aude de Kerros denomina “el arte oculto”. Los medios de comunicación simplemente los ignoran, como si no existieran, o en el mejor de los casos los trata como artesanos y ciertamente no como “artistas”.
Siguiendo a Aude de Kerros, existen indicios de que en América, el arte contemporáneo está ampliamente aceptado como lo que es, una suerte de mercancía, y que lo que podemos considerar arte verdadero conserva su propio lugar. Sin embargo, como concluye, hay que esperar a que se haga una distinción semántica que separe el arte contemporáneo del arte verdadero. Así entonces podríamos empezara a evaluar el arte no conceptual y a cada artista individual. Esto es importante en general, pero vital en la Iglesia para marcar claramente los límites entre uno y otro.
¿Qué significa alcanzar este hito para el arte Cristiano? Lo primero a considerar sería darnos cuenta que el arte no puede producirse de la misma forma en que se encarga un coche o una pieza de arte contemporáneo. Es una especie de don que no se puede conseguir desde el materialismo. Requiere el don de la Fe. Dondequiera que se presenta, el mensaje de Cristo a través del arte encuentra su propia expresión. Está más allá del alcance de este artículo entrar en una discusión profunda y detallada sobre el arte Cristiano, sin embargo me gustaría hacer algunas sugerencias, la primera articulada muy bien por Rodolfo Papa, artista y profesor en la Academia Pontificia de las Artes de Roma:
La Iglesia no tiene un estilo artístico propio, porque lo importante no es cómo decir algo, sino lo que se quiere decir o comunicar; es fácil saber qué hacer “Rem tene, verba sequuntur” (Domina el tema, las palabras le seguirán). Creo que sólo el arte figurativo es capaz de hablar de los misterios Cristianos. El arte Católico se ha expresado a través de muchos estilos en el pasado, pero todos eran figurativos.
S. Alfonso Ligorio. Giusseppe Antonio Lomuscio, Italia.
Algunos podrán argumentar que lo abstracto puede usarse beneficiosamente para mostrar aspectos de la verdad que no son específicamente narrativos. De hecho, lo no figurativo puede subrayar el misterio de lo infinito y la mística con una intensidad que ninguna otra forma puede lograr. El peligro, sin embargo, es que, siendo totalmente abstracto, la obra de arte puede perder rápidamente su sentido Trinitario y convertirse rápidamente en una imagen que puede adherirse tanto a los conceptos de la Nueva Era como a la realidad Cristiana. Pintores, como por ejemplo Giovanni Battista Gaulli (“Il Baciccio”), abordaron en el pasado este tema con éxito, combinando la inundación de luz con el simbolismo figurativo Cristiano. Aquí se incluyen algunos ejemplos recientes como las obras de Philippe Lejeune y Agnès Hémery. Tal vez podamos sentir preferencia por la sobria expresión monástica de la Edad Media, el barroco exuberante o algunas de las obras más sentimentales del siglo XIX, pero un Católico ve todas estas formas de expresión como parte de la misma unidad centrada en Cristo. El problema surge cuando contemplamos obras recientes del arte contemporáneo donde el espíritu subyacente ha sido eliminado.
Christine Sourgins escribe que “lo visible se convierte en digno de Dios porque Dios lo ha hecho visible; esta podría ser la base del arte Cristiano”. De acuerdo con Sourgins, el pintor figurativo necesita fe y conocimiento de la verdad para ejecutar su arte. En una de las exposiciones más relevantes celebradas en los últimos años centrada principalmente en temas de arte Cristiano (Galería Nacional de Victoria, Australia, 1998), se expuso una obra que mostraba a unamujer como un Cristo crucificado. Como sugiere Sourgins, tales imágenes blasfemas no pueden orientar a los fieles hacia la oración, devoción o un sentido auténtico de Cristiandad en línea con las enseñanzas de la Iglesia. Muchos excelentes artistas del pasado fueron grandes pecadores, pero su fe les permite que sus obras encarnen la divinidad de la Trinidad. Un artista no necesita la perfección de la santidad para ser un buen artista Cristiano, pero la fe trae consigo una transformación. Durante el siglo XIX la Cristiandad aún representaba una base social que, a pesar de sus diferencias, animaba a la sociedad en general y tenía una influencia subyacente en muchos artistas que trataban temas sagrados. Aunque no sean grandes obras de arte en un sentido espiritual, algunos artistas conservan cierta “aura” Cristiana.
Sin embargo, hay que admitir que ya no se da ese caso. Lo mejor que se puede esperar de los artistas del siglo XX es una especie de misticismo cósmico. Muchos intelectuales que se enfrentan a esta cuestión han olvidado que el artista Cristiano puede ser el instrumento de la gracia divina. Se conoce la famosa cita de Fra Angelico: “para pintar a Cristo, hay que vivir a Cristo”, o como dice el artista americano James Langley:
El último punto de referencia para el artista Cristiano no es la cultura contemporánea ni su propio ingenio, pero sí el descubrimiento de la belleza en el encuentro con Cristo. Partiendo de la experiencia del radiante Dios-hombre vestido como en la Liturgia Divina, el enfoque Católico a la realización de arte religioso se basa en la experiencia común de una tradición recibida a la que se añaden humildemente las contribuciones individuales. Para aceptar que la tradición implica un estudio y apreciación de cómo otros artistas han visto la imagen de Dios. Las formas artísticas que mantienen la originalidad y la autoexpresión como fin supremo comienzan por un entendimiento desordenado de la libertad de los hijos de los hijos de Dios. Por lo tanto corren el riesgo de producir arte, como hemos visto en las últimas décadas, que distorsiona y es literalmente irrelevante para la experiencia Cristiana.
Por supuesto también se puede argumentar que la esperanza y la fe pueden encontrar cabida incluso en el arte contemporáneo. Podríamos continuar diciendo que ahora vivimos en tiempos en los que un enfoque Cristiano directo es inviable y que el mensaje Cristiano sólo puedo ser percibido a través del absurdo y la desesperanza del arte contemporáneo. Y aunque de hecho sea difícil ser Cristiano hoy, los últimos dos mil años han visto muchos periodos de persecuciones directas o indirectas; no hay que perder coraje para levantarse y proclamar la fe. El arte contemporáneo tipifica una contracultura anti-Cristiana en la cual podemos contemplar a Cristo Crucificado pero no Su Resurrección. Cristo dijo “quien no esté conmigo está contra mí” (Lucas 11, 23). Un compromiso entre Cristianismo y contemporaneidad llevará inevitablemente conducirá a pinturas como la de la exposición australiana que hemos mencionado, donde la imagen de la Trinidad queda oculta por el absurdo, la tragedia y el nihilismo. Entonces, ¿es posible ver el arte contemporáneo como un posible lugar donde encontrar formas que sirvan al mensaje de Cristo? Anthony Visco escribió: “¿Contemplaríamos la posibilidad de ver sacerdotes satánicos como consultores litúrgicos para los ritos y rituales de la Iglesia? ¿Y a ateos como para consejeros de oración en los ejercicios espirituales de San Ignacio? ¿Por qué entonces confiamos en un arte contemporáneo, que ha apostado decididamente por no servir a la Iglesia, y seguimos preguntándonos como puede encajar en la misma?” Algunos Católicos se consideran “valientes” cuando inician un diálogo con el arte contemporáneo, pero por muy buenas que sean sus intenciones, sus esfuerzos nunca darán frutos reales, pues las raíces están podridas hasta la médula. Además alegan que el arte contemporáneo fomentará una nueva búsqueda espiritual y por tanto una comprensión más profunda de la verdad. Para ellos, las personas deberían ser atrevidas e intentar entender lo que es nuevo y poco convencional. Los intelectuales pueden pasarse días enteros discutiendo esto, pero ¿tendrían sus argumentos sentido común para los fieles ordinarios? Entonces algunos Católicos continuarían el debate diciendo que hubo artistas como Giotto que fueron revolucionarios en su día, y ¿por qué no debería ser aceptado el arte contemporáneo en la Iglesia? Obviamente esto es un punto que, por todos los motivos indicados en este artículo, no requiere respuesta.
Verbum caro factum est. Ugo Riva, Italia
La Iglesia Católica y Universal anhela un renacimiento, que no debe confundirse con una simple renovación. Algunos podrán decir que cuestionar el arte contemporáneo y buscar una alternativa nos llevaría a algún tipo de propaganda neofascista triunfal. Esto es tomar una postura fácil y cómoda y no enfrentarse a la realidad del mensaje de Cristo de salir y convertir al mundo. La Iglesia se ha enfrentado a dificultades antes, y encontrará un nuevo camino donde el arte Cristiano volverá a servir de nuevo a la palabra de Jesús de un modo pedagógico, inteligible y eficaz: una manifestación de esperanza y promesa, como se describe en la reciente encíclica Spes Salvi de Benedicto XVI. Tendremos que distinguir entre arte religioso, sagrado y litúrgico, pero no debemos tener miedo a reconocer las formas artísticas que mejor expresen los diversos mensajes de Cristo, así como las necesidades devocionales de los fieles en las diversas culturas y regiones del mundo. Una obra de arte en España obviamente no cumple los requisitos para una persona en Armenia, pero su espíritu subyacente debe ser el mismo. El Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, en una carta del 25 de noviembre de 2008 para el arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y las Comisiones Pontificias para los Bienes Culturales de la Iglesia y Arqueología Sacra, expresó la necesidad de relanzar un diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad. De hecho, se está preparando un pabellón del Vaticano para la Bienal de Venecia 2011, un importante festival internacional de arte contemporáneo.
En el centro de todo esto encontramos una necesidad de volver a la Eucaristía, fuente de la expresión artística. En palabras de Anthony Visco, “La realidad de la Eucaristía debe ser reafirmada en nuestro mundo. Con Cristo, la Eucaristía sigue siendo “un escándalo, algo que superar.” Sin esto, todo el arte se convierte en un mero adorno u ornamento del ego.” Con el fin de ser misionera, la Iglesia necesita volver a encarnarse en el arte el misterio de Cristo de una manera clara y exponerlo valientemente a un mundo que ha apostatado. Aunque el arte sagrado no puede darnos la salvación, ni contener la realidad del sacerdocio o de la Misa, se puede mostrarnos el camino hacia ellos. Debe rendir un servicio a la fe, a la comprensión de Dios, que ha hablado al hombre a través de las Sagradas Escrituras. La diferencia semántica entre “renacimiento” y “renovación” debe ser abordada con urgencia. Estamos empezando a ver un renacimiento, ya que algunos obispos han comprendido este problema y han tenido el valor de recurrir a arquitectos y artistas dignos de su nombre. También podría deducirse un estímulo adicional del hecho de que este año la famosa venta de arte contemporáneo de otoño en Nueva York fue un fracaso financiero; esto podría inducir a los coleccionistas a volver a evaluar lo que es el arte verdadero en su conjunto y la transferir del centro de atención de esta ciudad estadounidense, donde durante las últimas décadas el dinero y las ideologías actuales han sido el único criterio. El trabajo de algunos artistas nuevos y prometedores se ha ilustrado aquí, para mostrar que el arte verdadero está empezando a salir de las cenizas. Ha comenzado una verdadera búsqueda.
Oriundo de Dinamarca, Steen Heidemann se educó en Inglaterra, graduándose en Arte y Arquitectura en Oxford y un master de gestión en Reading. Converso al catolicismo, más tarde se casó con una mujer francesa. En la actualidad organiza exposiciones internacionales de arte.
2 comentarios:
Hola. En el arte contemporáneo abundan las malas obras, supongo que es el filtro o el nivel el que ha bajado y el mal gusto siempre tiene refugio en el relativismo imperante, el para mi, yo digo, a mi me, y demás expresiones que pretenden justificar lo feo, lo estridente, lo zafio, lo burdo. En las imágenes, los temas, la música, etc. de los medios audiovisuales y de comunicación, en las empresas, también en el arte sacro. Aún existiendo mucha basura artística, sencillamente fea o chabacana, también existen magníficas obras que mueven el alma y la elevan a Dios, a la Alabanza, a la Oración, la Meditación, la trascendencia. No creo sea un "monumental fracaso" sino más bien un reflejo del pulso del tiempo inevitablemente contaminado por el mundo. También exiesten chapuzas clásicas, románicas, góticas en muchos pueblillos desperdigados y esculturas de retablos absolutamente desproporcionadas, amorfas, grotescas, horribles, sólo su antigüedad las salva de una crítica más férrea.
Me suena este artículo. Creo que lo leí una vez en tu blog :)
Como dice nuestro Amigo, abundan las malas obras. Ignoro si es mal gusto o falta de ganas.
A propósito de algunas iglesias antiguas "feas" (aquí ya depende de los gustos). Hace casi dos semanas estuve en Montserrat y lo que es la iglesia de la Virgen, por fuera no parece mucho una iglesia, pero por dentro es PRECIOSO. Quizás estaba yo un poco despistado (la última vez que fui al monasterio era un enano). Eso sí, ver a la Virgen compensa TOOODO :)
Salud! :)
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