16 ago 2013

DEAD POETS SOCIETY Y EL TRIUNFO DEL MARXISMO CULTURAL EN OCCIDENTE (por Aryan)

Hoy voy a escribir sobre las reflexiones que me inspiro el Divino Ruah tras ver una de esas películas "intelectuales" bastante famosas, y que, bajo el argumento de una crítica educativa esconde muchas de las claves por las que la "amenaza fantasma" del comunismo se ha cernido sobre Occidente con el auge imparable del marxismo cultural. Creo que para vencer a un enemigo hay que conocerlo, comprenderlo y sobretodo examinarse a uno mismo objetivamente: los humanos normales tendemos a ser seducidos por el Mal debido a ciertas debilidades que un adversario astuto sabe aprovechar como letal caballo de Troya, siendo uno de los ejemplos más pretéritos en nuestra Historia la Caída de Adán y Eva, a los cuales Nahash conocía muy bien y sabía cómo atacarlos: Eva pecó por su ambición y Adán por
su apego amoroso hacia su mujer. De igual manera, el marxismo cultural conoce muy bien a Occidente, y sabe como atacarlo: la imprudencia de los entonces hegemónicos occidentales al emprender la IGM, pensando ilusamente que iba a ser un paseo irrelevante marcó el principio del fin, por cuanto el estatismo empezó a corromper el liberalismo genuino cuando no fue radicalmente impuesto de forma tajante (la URSS con el primer triunfo comunista sentó un precedente cuyas consecuencias siguen haciendo daño a día de hoy). El período de entreguerras fue una broma de paz, con continuos conflictos a menor escala (como la GCE), y el auge del fascismo como "oposición" más formal que moral al comunismo. Vemos así que la mayor parte de Occidente queda sumida en la tiranía, y aún entre los Pueblos Libres las sombras son cada vez más crecientes, y no solo por la amenaza externa sino sobretodo por la corrupción doméstica y la infiltración que ya entonces se había iniciado. Entonces, tras patéticos intentos de mantener una paz inviable a cualquier costo (pues los mismos ingenuos que provocaron la sangría de la IGM estaban ahora paralizados de miedo por el fruto de su propia necedad), se desató una guerra inevitable por varios motivos, el primero de todos es la naturaleza totalitaria del socialismo (más cruda en el comunismo y algo más refinada en el fascismo), que difícilmente puede respetar a pueblos ajenos cuando ni siquiera lo hace con sus propios ciudadanos, el segundo son las tensiones entre ambos candidatos al pódium de tirano,  en los que la pugna entre el odio a la libertad y el chauvinismo mutuo que hostilizaba a Alemania y Rusia se fue progresivamente resolviendo a favor del segundo, aunque solo en una fecha tan tardía como el 41 (tras dos años de guerra) lo hizo de manera definitiva. Vemos aquí una decisión estúpida en extremo por parte del ministro británico Churchill, que hace dudar sobre si su alcoholismo no debiera haberle incapacitado para ejercer su cargo: la alianza con Stalin por miedo a la proximidad de Alemania, evidenciando una mentalidad cortoplacista con nefastas consecuencias, ya que aunque la URSS era tecnológicamente inferior al Reich, lo equilibraba con una avasalladora superioridad en tropas, terreno y recursos naturales, y eso sin contar con el clima que siempre había jugado a favor de Rusia (como amargamente sufrió Napoleón). Por eso el Reich se vio obligado a favorecer el máximo elitismo posible y a realizar la genialidad táctica del Bliztkrieg que tan buenos resultados les dio al principio. En esencia sus respectivas fortalezas equilibraban sus debilidades, y si Occidente se hubiera limitado a actuar a la defensiva bajo una neutralidad táctica, ambos regímenes se hubieran concentrado en aniquilarse mutuamente hasta un punto tal que el desgaste de la victoria del triunfante lo colocaría en una posición lo suficientemente vulnerable como para permitir un jaque mate rápido y contundente por parte de un ejército Occidental descansado y largamente preparado para esta estrategia. De ser así, no hubiera sido necesario partir el mundo en varios bloques, la hegemonía occidental se hubiera restablecido a la larga, y la decadencia actual no hubiera tenido lugar al menos en la forma tan extremadamente nociva en que se ha presentado. Conservadores como Tolkien ya advirtieron de que el peligro de usar el Anillo contra Sauron eran convertir a los hombres en orcos, con lo cual la "victoria" sería a largo plazo una derrota: a día de hoy, disipada la superficial euforia por la supuesta "caída" de la URSS, podemos afirmar que el tiempo le ha dado la razón. En este marco histórico vemos que el tirano triunfante (el comunismo) genera, en la frontera con su último obstáculo para la hegemonía mundial, un arma psicológica de infiltración, ya que como sus propios teóricos reconocieron, la revolución armada fue el producto de unas condiciones particularísimas e irrepetibles en Occidente, razón por la que habría que provocarlas de forma artificial, y la única manera de lograr esto es envenenando lentamente la cultura cuya esencia y fortaleza imposibilita la ejecución de la tiranía, esto es la cultura occidental. Es arma, diseñada para actuar como agente disolutorio, atacaría progresivamente el campo cultural mientras, como cebo dejaba intacta en principio la economía, para de esta manera no levantar demasiadas sospechas y poder, una vez que el recambio generacional se produjera (los baby-booms del Mayo del 68 son un símbolo clave para entender este proceso), y los últimos remanentes auténticamente occidentales fueran envejeciendo y muriendo, tendríamos a una población culturalmente emponzoñada e inerme ante el auge de toda clase de venenos, desde la adquisición de poder de presión de antiguas minorías lumpenescas (homosexualistas, feministas, antiblancos, ect) hasta el aborregamiento de la ciudadanía, la degeneración inconsciente del demos en oclos, y como consecuencia de todo esto la degeneración política más absoluta, mostrada sin tapujos en la facción izquierdista socialdemócrata y de forma más sutil, enmascarándose tras unas formas vacías en la facción derechista neocon. De esta manera la diferencia entre ambas facciones pasa a ser más formal que esencial, y el éxito político pasa a definirse por el triunfo del marketing más que por la actuación idealista: el sufragio universal se convierte entonces en un caballo de Troya, ya que permite que estimulando la soberbia necia de las masas acríticas (previamente degeneradas para hacerles perder su capacidad de razonar) prestidigitadores que en no pocos casos tienen un nivel propio de la idiocia clínica (Zapatero), mafiosos (González), mediocres (Aznar) o cobardes (Rajoy), es decir, gente esencialmente incapacitada para dirigir una nación con éxito, se vean aupados al poder por parte de un "pueblo" que de demos solo tiene el nombre, y que ni siquiera se molesta en comprender lo que vota (el problema de raíz no es tanto el incumplimiento sistemático de sus propios programas, sino que lo que posibilita esto es que la mayoría de los votantes ni siquiera se leen lo que votan ni se molestan en comprenderlo y reflexionar acerca de ello): por esto los partidos contraen deudas impagables por ostentosas campañas electorales, ya que es la buena apariencia y el marketing lo que les dará la victoria en las condiciones actuales, y no la brillantez de sus líderes o lo acertado de sus ideas. Pero, para que esta situación (que denuncia un estado de degeneración cultural muy avanzado, razón por la cual la economía ya ha empezado a converger hacia el objetivo final -el NOM que no es otra cosa que la realización del ideal original comunista de unificar el mundo bajo la revolución) pudiera darse a escala global era necesario que durante décadas los ideólogos progres fueran tipos inteligentes y muy sutiles, capaces de identificar las deficiencias, errores y carencias de la sociedad occidental (ya fuera aquellas que arrastraba desde siempre o aquellas generadas a partir del trauma de ambas guerras mundiales, especialmente la Segunda por las connotaciones tan politizadas que tuvo), y una de ella era lo que los esoteristas biósofos teorizaron  como un desequilibrio ahrimánico (la Cruz sin la Rosa), cuyo daño se muestra en la atrofia espiritual que convierte a la religión en poco menos que una liturgia vacía y al clero en poco más que funcionarios sin verdadera trascendencia, y de aquí al resto de la sociedad: los ejércitos se vuelven cada vez más alienantes y deshumanizados, los productores cada vez más corruptos y amorales en sus negocios, y otro tanto ocurre con las familias y los individuos, especialmente los que ya tienen una cierta edad y una buena posición que desean mantener y perpetuar en sus vástagos. En este contexto hay que entender como el Club de los Poetas Muertos, a través de un drama escolar, nos muestra un perfecto ejemplo de por qué el marxismo cultural triunfó en solo una generación: vemos como la clase alta anglosajona, los detentadores por tanto del mayor poder y cultura, envían a sus hijos a un internado privado (la antinatural y en no pocos casos traumática práctica anglo de sacar a sus hijos del hogar para delegar su educación en un artificio colectivista, es algo que siempre me resultó chirriante, y veo aquí un claro precedente de la alineación comunista que impuso la masificación de las guarderías, al fin y al cabo solo supuso ir un paso más allá sobre un error previo), donde bajo un tenue velo de armonía y perfección se oculta la hipocresía y el alineamiento más brutales (como brutales son los métodos "disciplinarios" sadomasoquistas del director de turno), con lo cual no es de extrañar que cuando el agente del marxismo cultural (el profesor Keating) aparece en escena, ya tenga servida su oportunidad en bandeja: sabiendo que en la juventud de entonces la sensibilidad aún no estaba completamente atrofiada, y sabiendo (pues él mismo había sido alumno hace años) el funcionamiento hipócrita y gris del internado (que podría tomarse como metáfora de nuestra sociedad), comprendió que no le sería difícil aprovechar esas carencias para introducir su propia filosofía (el hedonismo refinado en el lema "Carpe Diem", catalizador de la subversión progre) y adquirir un poder mucho mayor y mucho más sutil que el de cualquiera de los padres o profesores (que se comportan como autómatas necios que creen poder dominar solo por la fuerza): la escena final donde todos los chicos que habían formado el club (menos el chivato, que es mostrado como un traidor mezquino, trepa y cobarde, y uno que se suicidó por la insensibilidad y el autoritarismo de su padre), incluso aquellos que por su naturaleza eran tímidos o enfermizos, le saludan simbólicamente en un acto de rebelión explícita ante el cual la brutalidad dialéctica del director es impotente, y eso que Keating ni siquiera hace nada para provocarlo, sino que se va sonriendo a pesar de ser despedido y tiene muy buenas razones para hacerlo: ha adquirido verdadero poder sobre los chicos, ya que no le obedecen a regañadientes por miedo (como hacen con sus padres o el director) sino de forma voluntaria, demostrando una lealtad e implicación perfectas. Ha logrado dominar sus mentes, y sabiendo que ninguno de los necios brutos ahrimánicos logrará siquiera comprender lo que ocurre (de ahí los comentarios despectivos hacia la supuesta "inferioridad" de los menores: subestimar a los niños y adolescentes es un rasgo ahrimánico muy necio), y eso quiere decir que su huella será indeleble, y que, al igual que muchos otros que como él están operando en otras partes, es solo cuestión de tiempo, a que la vieja generación se marchite y sea sustituida por la nueva que él ha influido, al menos en parte. Así, Keating representa una función luciférica (la Rosa sin la Cruz), y la semilla del marxismo cultural plantado en un terreno inconscientemente abonado por aquellos que eran sus enemigos. Hoy vemos el resultado de esa inversión en un desequilibrio luciférico que toma formas absurdas sino se examinan desde una visión esotérica, como el último eslabón de una cadena o la consecuencia lógica de un proceso con varias causas y un objetivo final que trasciende los casos particulares y del que probablemente la mayoría de los progres (incluyendo a aquellos cultos e inteligentes como Keating) no son conscientes, como tampoco lo son de que una vez cumplido su papel de agente serán desechados tras el triunfo de la revolución cuyo camino ellos han allanado (por esto en los países comunistas no hay marxismo cultural: no es necesario debilitar una cultura incapaz de impedir una revolución frontal). Por ejemplo tenemos la inversión de abusos en el que son los hijos los que ejercen la violencia sobre unos padres pacíficos: ¿no hay aquí una deliciosa ironía del Destino, que los orientales llamarían "kármica", en la que la violencia juvenil expresa en realidad una herencia milenaria de castigo corporal hacia los menores? ¿no es en esencia la lógica consecuencia final de establecer la autoridad paterna sobre el principio de que "migh makes right"? ¿no demuestra una gran necedad creer que un factor material como la fuerza bruta nos dará un dominio inmutable, y una gran hipocresía creer que lo que nosotros hacemos, no nos puede ser devuelto en algún momento? No se trata por supuesto de justificar un crimen contra unos individuos inocentes, sino de comprender las razones y el origen de las fuerzas sutiles que influyen en las ánimas, pues solo así se podrá evitar la repetición de los errores y alcanzar una sanación eficaz. Esto es lo que muchos conservadores no entienden, creen que todo es un problema derivado de una influencia externa y que una vez cortada esta todo volverá a la "ideal" situación que la precedió: no se dan cuenta de que si esa influencia alcanzó la hegemonía cultural en solo una generación se debe a que la situación previa estaba ya abonada para ello (pues las formas sin fondo tienen tanto valor como una cáscara vacía), y en cierto modo solo tuvieron que aprovechar esas carencias y canalizarlas astutamente en su propio beneficio. Por esto, igual o más peligroso que el marxista cultural es para Occidente el fariseo reaccionario que cree poder dominarlo todo mediante la fuerza, lo cual muestra su necedad y su arrogancia, como bien indica Sun Tzu en el Arte de la Guerra (el Oriente, debemos admitir, tiene en ciertos aspectos muchas cosas que debemos estudiar con detenimiento y cautela: no deja de ser significativo que mientras que el deporte nacional de Rusia sea el ajedrez, en Occidente sea el fútbol en cualquiera de sus dos variantes. Igual se evidencia en el fracaso de las caras y contundentes unidades pesadas frente a la estrategia y a la sencillez del arquero a caballo, que derrotó tanto a la infantería romana como a la caballería cristiana, salvando la situación la creación de las armas de fuego a partir de la pólvora china): ganar combatiendo, por muy deslumbrante que pueda parecer a ojos del populacho, no demuestra verdadero mérito sino vencer sin combatir, pues si el que domina a otros es fuerte, el que se domina a sí mismo es poderoso. Por tanto, hay esencialmente dos vías para educar a los hijos, que tengan en sí una conclusión lógica y una estructura armónica (siendo el resto de los casos mutaciones inestables de estas dos vías): una es la vía natural, que parece ser más adecuada a las gentes de naturaleza mundana (cuya nobleza son los guerreros), que en efecto contempla el "migh makes right", con la salvedad de aceptar, que al igual que ocurre en la naturaleza, cualquier vástago tiene derecho a desafiar al padre a un duelo del cual el vencedor puede imponer el exilio o la muerte al vencido, además de pasar a ocupar la posición de líder de la familia (que es como los humanos llaman a la manada). Y es que, el deseo del oprimido de matar a su opresor, no es solo algo natural que no debe ofender a este último, sino que forma parte de la vía de aprendizaje que este mismo le ha inculcado. La alternativa es la vía celestial, más adecuada a las gentes de naturaleza espiritual (cuya nobleza son los sacerdotes), que considera a la fuerza como una mera herramienta de poco valor en comparación con la sabiduría y la moral: de esta manera, se exige respeto al vástago porque se le ha respetado, y honra porque se la ha honrado. Se establece así una estructura armónica que se distancia de la naturaleza para acercarse a Dios, una estructura en la que se canaliza y altera todo exceso que pueda quebrantar esa armonía, por ejemplo, en ocasiones puede ser conveniente desangrar controladamente con sanguijuelas a un vástago incapaz de disciplinar sus impulsos (un método de probada eficacia frecuentemente usado por los médicos medievales), e ir reduciendo los sangrados a medida que logra someter su cuerpo a su mente y su mente a su espíritu: la meditación, la oración, la ascesis, el ayuno y el esoterismo son necesariamente parte indispensable de esta vía, ya que mientras la vía natural obtiene su esencia de la adaptación al mundo y de las relaciones de poder basadas en la balanza del amor y el odio, la vía celestial obtiene su esencia del desapego hacia el mundo y de las relaciones armoniosas basadas en el autocontrol y la ascesis. Y me voy a permitir un ejemplo que seguro será polémico, porque mis contertulios conservadores podrán argüir que los hijos tienen una deuda con los padres por haberles dado existencia, y que por tanto no es lícita una armonía en las vías. A esto yo respondo que la visión opuesta (son los padres los deudores de sus hijos) es también veraz si entendemos que la existencia de por sí (pues la vida es la existencia sublimada por la Gracia y la Beatitud, y no lo que los profanos llaman "vida") no tiene un valor intrínseco, sino que en función de los matices tanto internos como externos puede constituir un regalo tanto como una ofensa, una bendición tanto como una maldición, un bien como un mal, y esta es la razón por la que el suicidio es un derecho inalienable de toda persona libre desde el más pequeño al más grande, y esta es la razón por la que el suicidio, una vez completado, es el mayor desafió a todos sus opositores, ya que, salvando el ultraje del cadáver y la calumnia del difunto (en lo cual se demuestra su indignidad y su inmoralidad ocultas tras una vana máscara de hipocresía farisaica), que al fin y al cabo no es más que materia muerta y mentiras, no tienen modo de represaliar la esencia eterna del suicida, lo cual pone en jaque el absurdo paradójico que es la penalización del suicidio. Pero además, la existencia (endémica en ocasiones) de este hecho prueba que el valor de la existencia per se es ilusorio, un producto de la mente humana que no siempre se corresponde con la realidad. Por tanto, es lógico pensar que si un vástago tiene este sentimiento, no como fruto de una emoción pasajera sino como un convencimiento que nace desde lo más profundo de su alma (hasta el punto de que puede decirse que es una parte inherente de su ser), este tiene el derecho a exigir a sus padres que remedien su crimen dándole muerte, y estos el deber moral de pagar la deuda que contrajeron con su vástago al darle existencia, ya que una criatura inocente ha tenido que pagar por años el precio de unos minutos de lujuria descerebrada. Antes de que se me echen encima, les diré que yo mismo reconozco que esto no siempre es así, y que hay casos en los que la existencia es en efecto una bendición y algo a agradecer, pero no obstante si pretendemos por ello hacer deudores a los hijos, inevitablemente, salvo que queramos caer en la abominación de la hipocresía, tendremos que admitir que de ser maldición los deudores serán los padres, y que por tanto, si se puede exigir sumisión a los hijos como pago por su deuda, también se puede exigir eutanasia a los padres como pago por la suya, y si no pueden satisfacerla por cobardía los hijos son los que tienen derecho a exigir la sumisión para paliar la maldición de existir lo máximo posible. De esta forma vemos que las pretensiones impositivas de la vía natural llevan a la lucha, al sufrimiento y al odio, y que toda justificación de la misma tiene una refutación igual de válida ya que la inversión de la lectura es como mirar a través de un gemelo o de un reflejo especular. Por esto, es por lo que yo abogo por la vía celestial y la sacerdotalidad por sobre la vía natural y la belicosidad.
En conclusión, vemos como para obtener la Sabiduría hay que contemplar las dos lecturas posibles de un mismo hecho, pues como las monedas todo tiene dos facetas gemelas y opuestas entre sí (los magos sabemos esto puesto que para evocar las Sefirot debemos conocer también las Qlifot, e igual el Sol puede tener un rasgo crístico o anticrístico -sorático-), y para esto el desapego y la sublimación que transcienda el mundo es esencial, es por esto que aún cuando un guerrero pueda ser más fuerte, inteligente y valiente que un sacerdote, es solo este último a quién corresponde la supremacía de casta y la más elevada de las funciones, dado que ante la comprensión de lo sutil (la Sabiduría) tanto la inteligencia como la bravura son vanitas vanitatem, herramientas sin fin real.
Guiados seamos por Elyon,
Aryan

1 comentario:

Aryan dijo...

Muchas gracias por publicarme, por cierto, tengo 3 sugerencias para el artículo de enlaces:

The Fathers Manifesto
Sherry Shriner
The Heavens Speaks (Evangelio de las Estrellas)

Lamentablemente los hipervínculos no funcionan de la misma manera en los comentarios como en los artículos, así que los aplicables a cada título (se excluye el texto entre paréntesis) son, en debido orden:

http://www.fathersmanifesto.net/
http://www.sherryshriner.com/
http://heavensspeak.blogspot.com.es/

Saludos y gracias de nuevo.

PD: Recuerdo de nuevo a todos que no me responsabilizo de todas las opiniones vertidas en las páginas que enlazo: meramente las considero lecturas interesantes a las cuales queda a la inteligencia del lector interesado el saber separar el grano de la paja, tal como yo mismo hago.