Y hallaron un nombre de mujer. Parecía sonoro y singular, exótico y eufónico. El padre y la madre de la niña la anotaron en el Registro Civil. Y con todo orgullo la llamaron Lesbiana Ampuero Sánchez.
Claro, con el paso del tiempo el nombre que parecía suave y bonito se convirtió en un término horrible. Y la joven Lesbiana (de nombre nada más), se acogió a las leyes en vigencia, y cambió su nombre a Sara. De ahí en adelante lució con orgullo un nombre verdaderamente bonito, femenino, eufónico y poético.
A veces se producen casos singulares con los nombres que se les ponen a los niños. De ahí que haya chiquillos flacos y debiluchos que se llaman Hércules o Robustiano, varones tacaños y ávaros que llevan el nombre de Generoso, y otros que son crueles e insensibles y sin embargo se llaman Clemente.
Éste caso fue uno especial. No se sabe cómo le cayó encima el nombre de Lesbiana que hoy en día, con la depravación sexual general que sufre la sociedad, es un nombre infame para una persona.
A cambio de nombre, cambio de personalidad. En la Biblia tenemos muchos casos de cambio de nombres para denotar una nueva personalidad y destino. Jacob, que significa «suplantador» o «engañador», fue cambiado a Israel, que significa «Príncipe de Dios». Cefas, que significa «una caña», fue cambiado a Pedro, que significa «roca».
Todos los seres humanos, sea cual sea el nombre que se nos haya puesto en la cuna, llevamos un nombre genérico que nos iguala a todos: «pecadores». Y como pecadores estamos privados de la gloria de Dios.
Pero cuando nos convertimos a Cristo, cuando lo recibimos como nuestro único y suficiente Señor y Salvador, el nombre se nos cambia a «hijos de Dios». Y con el cambio de nombre recibimos una nueva personalidad que es mucho mejor.
Homosexual, sodomita, pederasta, borracho, calumniador, mentiroso, asesino: son todos nombres horribles. Todos ellos pueden ser cambiados. Con Cristo, «¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2 Corintios 5:17).
3 comentarios:
Por suerte yo tengo un nombre del que no me siento avergonzado, jejeje...
Creo que te has dejado en el tintero a Saulo, que persiguió cristianos hasta que el mismo Jesús se le apareció preguntandole por qué lo hacía.
Hola,vaya reflexión más hermosa sobre el bautismo, luchemos por dar muerte a lo viejo.Gracias.
Hola,en efecto, la Conversión a Cristo nuestro Señor es un renacer, hay que nacer del agua y el Espíritu.
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